ARTE PRESENCIAL EN LA ERA DE LA DISPERSIÓN

Vivimos el tiempo de la paradoja: nada es lo que parece, todo ha tenido que darse vuelta o disfrazarse para seguir existiendo. Justamente al contrario, en antipodes café todo es lo que parece. Una caseta de obra en el borde de una zona de construcción de una urbanización de viviendas de lujo; adentro de ella ofrecen café gratis y actividades diversas, como una exposición presentando una fotografía de gran formato de una urbanización en las sierras de Málaga. Aunque hay más elementos en el local, alguien entra y pregunta si el espacio está dedicado a la venta de esa urbanización, parece que con cierto interés por comprar una de esas casitas de colores. ¿Cómo explicarle que el proyecto se trata de todo lo contrario, pero que también de alguna manera podría vender esas casitas si fueran de nuestra propiedad? Bienvenida, pase y siéntese, póngase comoda para disfrutar la experiencia antipodes café.

A la par de entreverar sus rulos en peculiares intervenciones urbanas bajo los crípticos pseudónimos de “Logo” y “Usted”; Felipe también se dedicaba a organizar torneos profesionales de tenis. En ellos, la realidad supera a la ficción, todo es verdad desde el momento en que todo el mundo sabe a lo que ha ido: ver a dos personas pasarse una pelota entre ellas usando una raqueta, sin salirse de un rectángulo dado y sin tocar una red que los separa, siguiendo una serie de normas básicas de tanteo y puesta en juego de la pelota. Además de verlas jugar, también ha ido a ver al público. Entre esas dos cuestiones se han ido sumando toda una serie de usos y costumbres, así como formas de relación (mediática, publicitaria, íntima, narrativa) que transforman radicalmente la experiencia de ver a dos personas interactuando con una esfera de casi siete centímetros de diámetro. No hay nada ornamental ni superfluo en esa situación. El ritual hace que el arte y la vida sean la misma cosa en ese momento.

Las obras de antipodes café proponen y exigen al espectador una presencia. En el tiempo de la dispersión, la invitación consiste justamente en lo que parece más esquivo e intransferible hoy en día: dedicarse un tiempo. Un tiempo de conexión, de vínculo. Lo proponen unas personas que, como todo el mundo hoy en día, aman la soledad y disfrutan de su mundo interior sin necesidad de vivir compartiéndolo (hasta que ha llegado Lou, con quien tienen que compartir todo el tiempo). De esa manera, puedes participar en las obras de antipodes café con tu presencia, aunque esa presencia no consiste en tener que participar de una dinámica colectiva más o menos gregaria. La propuesta se centra en sumar individuos a un espacio de pensamiento dado.

En el pasado decenio, antipodes café ha desarrollado una serie de situaciones habitables donde, naturalmente, cada cual puede hacer lo que quiera. Eso es lo que las hace habitables. No son performances colectivas, ni happenings como los que conocemos tradicionalmente, sino que son propuestas de espacios y momentos de vida más allá de la vida. No es que el arte imite a la vida, o que la vida sea como el arte, sino que la propuesta consiste en vivir nomás, pero de otra manera. Entre los temas más controvertidos que antipodes café ha puesto en solfa está la banalización de la buena vida que hacen los hipsters, parodiándola con cuestiones estéticas que vienen a decir que tomar café de calidad y usar muebles artesanales sería la clave de la felicidad, aunque lejos de eso, están cada vez más tristes y solos. antipodes café se pregunta por la buena vida de manera radical y de frente: ¿cómo podemos vivir juntos y ser felices? Invitar a comer ñoquis los días 29 de cada mes durante varios años, en una sociedad totalmente atomizada, puede ser una forma violenta de abrazar a alguien sin tocarlo.

¿Cómo hacer obra de arte público habitable en el sigo XXI basándose esencialmente en la teoría de los situacionistas (sobre todo Guy Debord) y planteos de Hiroshi Hara con ciertas gotas del Libro Rojo de Mao? Seguramente estos están entre los pensadores más vanguardistas del siglo XX. Sin embargo, antipodes café busca la vanguardia en el cotidiano, allá donde no parece estar; trata de empujar la vida que los rodea, sin estridencias ni exigencias, proponiendo situaciones profundamente transformadoras para algunas personas y totalmente irrelevantes para otras, como si fueran un especie de espejo que abriera las puertas a los aspectos más posiblemente revolucionarios del interior de cada cual. No se trata de sentirse obligado a vivir experiencias fuera de uno, sino repensarse repensando la realidad que nos rodea, con un pequeño giro, aunque radical. Colgar en calles historicamente medulares de Oslo y Bergen, en el bicentenario de la constitución y de la bandera de Noruega respectivamente, decenas de versiones de tal símbolo nacional –siguiendo sus colores y grilla constructiva– pero sin incluir la versión oficial, con su inmaculada cruz cristiana, resultó demasiado molesto para quienes inmediatamente escribieron amenazas de muerte o artículos de prensa amarilla, y seguramente imperceptible para quienes vieron en esta instalación una acción festiva más.

El humor es sin duda uno de los espacios más gozosos del ser humano. Es una forma de compartir y de mostrar amor mutuo que ha ido creciendo en la sociedad hasta instalarse en nuestro día a día y hacerse fuerte en las redes sociales. Sin embargo, ha quedado encapsulado a veces como forma de distinción en lugar de seguir siendo una forma gozosa de encuentro e igualdad. En esos espacios habitables de antipodes café, siempre el humor es la vía de escape para superar la tensión que genera un momento exigente, así como el garante de la falta de elitismo de estas propuestas, que se hacen accesibles porque literalmente todo el mundo quiere participar de esa situación gozosa. En los torneos de ping pong con obstáculos había quien iba a participar en serio. Pero no hay nada más serio que el humor, mucho más serio que el tenis de mesa, deporte en principio amable que también puede convertirse en espacio de competitividad. antipodes café no inventó el PINGPONGO, pero lo convirtió en un espacio habitable en centros culturales, festivales, plazas, bares, escuelas, un paseo marítimo y un espacio público autogestionado en el centro de Madrid. La versión argentina del pingpongo era un deporte irónico, y aunque también nos cagamos de la risa jugándolo, nos reíamos de otra manera, tratando de sortear los obstáculos en lugar de disfrutar con ellos. Si vas a hacer un chiste, que nos ríamos todos. No cometas el crimen, varón, si no vas a cumplir la condena. Superar el vanguardismo y el elitismo sería, en realidad, el éxito de las propuestas de antipodes café, que podrían ser el reducto de unos pocos enterados si fueran espacios vanguardistas, o un espacio más de distinción como todos los que propone el mundo del arte. En GARBIBAI los palistas se volcaban en limpiar el río con una furia inusitada, sacando objetos pesados y voluminosos, ayudándose entre ellos, generando un momento de auténtica cooperación; tal vez precisamente porque el evento tenía lugar en el marco de una competición perfectamente organizada, con un aparato cultural muy denso.

Sin embargo, antipodes café no elude el conflicto, aunque lo fomenta sin forzarlo. Naturalmente, una de las formas de relación que nos queda en nuestro mundo disperso es el conflicto, tal vez la más frecuente y también una de las más estériles. En estos años, Tuva y Felipe se han reunido con cientos de burócratas, gestores, administrativos, comerciales y trabajadores culturales, a los que han convencido de la necesidad de darles permisos y licencias, de regalarles pintura, basura, café y bicicletas, de hacer excepciones y, sobre todo, de ir más allá de lo que nunca habían ido. Y todas esas conversaciones han sido espacios de debate, pensamiento y elaboración de mundos posibles, que una vez se han hecho realidad, han movilizado situaciones conflictivas en el mejor de los sentidos. Más que un procedimiento para conseguir un resultado, o los pasos más o menos repetitivos de los procesos de producción de los festivales de arte, cuyo objetivo es puramente la ejecución de una obra tras otra, entiendo esas miles de reuniones para conseguir permisos y sponsors como buena parte de la obra, como un juego muy largo, con muchos jugadores que quedan tocados por haber participado en él. El juego es otro espacio que todo el mundo reconoce como uno de los más importantes en las sociedades occidentales del siglo XXI. Los videojuegos son más significativos que otras formas de producción cultural, los juegos de azar inundan nuestros móviles y nuestras ciudades, y hemos dedicado nuestro tiempo libre enteramente al ocio. Para antipodes café, el juego es una manera de investigar la realidad, tal y como la investigan los niños y niñas. Al contrario que la guinda del pastel de la vida, el juego sería la mejor manera de intentar romper el juguete, como hacen les niñes, para saber cómo está construido. Vivir varios años en una vivienda que tiene sus habitaciones dispersas en una ciudad que pasa varios meses al año bajo la nieve, es una manera de conocer esa ciudad y esa vivienda, así como la vida de todos sus habitantes y visitantes, pero exige un esfuerzo tan importante como el que dedican las criaturas a jugar.

Nunca las obras de antipodes café tienen la vocación de molestar por molestar, aunque siempre quieran preguntar(nos) por las cosas que (nos) duelen, incluso haciéndolo en ocasiones con situaciones que a priori podrían resultar tranquilizadoras: un sistema de reutilización de los materiales desechados de las exposiciones de los grandes museos y galerías de una ciudad, podría ser un programa de greenwashing si el almacen de los materiales no estuviera adosado a los muros de la cárcel. En un tiempo en que la provocación se ha convertido en una manera de incomunicación, y los símbolos y las identidades en una forma de agresión, las obras de antipodes café se despliegan poliédricas, juguetonas, imposibles de encasillar: los símbolos terminan enrevesados (y entreverados), más por la (re)acción del espectador que por la vocación de los creadores, que no pretenden “vender” nada, que no quieren representar nada, sino presentar, de la manera más figurativa posible, la realidad que nos rodea, poniéndola a bailar por el precipicio que conforma el borde de las cosas, de tal manera que podamos vernos claramente, cristalinos, cuando nos toca mirarla tangencialmente, y comprender cómo formamos parte de esa realidad, y cómo podríamos formar parte de ella de otras maneras, entre otras cosas habitando y empujando esos bordes, esos límites, expandiendo esas fronteras cognitivas y políticas que nos hemos dado y que nos han impuesto.

Tuva y Felipe son una especie de monjes del arte, vestidos con ropa Lacoste, que en lugar de dedicar su tiempo a copiar libros enormes en un ascético monasterio dedican su tiempo a indagar en la realidad: llegar a una ciudad, buscar monedas de chocolate para comprar, o una buena imprenta para producir el libro más gordo y completo sobre la bandera Noruega, o una reunión con algún experto ignoto que algún día recibió un mail de unos locos que querían contarle que su vida podía mejorar un poco. Como aquellos monjes medievales, su trabajo tiene algo de místico, pero a la luz de los siglos descubriremos que en realidad fue una tarea muy útil de traducción, entre un mundo que se quería destruir y un mundo que lo estaba esperando porque lo necesitaba.

Alberto Nanclares da Veiga
Madrid, Diciembre de 2022.